“Yo soy pobre gracias a Dios”
Dar alma al pobre. Reflexiones sobre la pobreza en la tradición católica
En las conversaciones sobre la pobreza con frecuencia nos referimos a la religión para justificar nuestra condición en la vida. La pobreza ha estado en el discurso religioso para recordarnos la necesidad moral de ayudar al prójimo y, especialmente, a quien menos oportunidades tiene. Por tanto, una forma de comprender la pobreza es preguntarse por las profundas raíces en la religión. Me referiré a la tradición católica con sus raíces cristianas, pues le debemos muchas de nuestras formas de pensar y actuar a esas raíces occidentales y son las que tienen gran influencia en cómo vemos el mundo. Es un tema con grandes controversias y son diversos temas los que merecen una reflexión; no voy a tratar cada detalle, serán ideas para motivar la reflexión.
Para iniciar, quiero que piensen en lo siguiente: ¿es más posible que un rico entre al paraíso o que pase por el ojo de una aguja? Si tienes la respuesta de la biblia católica, sabremos que los pobres tienen la ventaja ante los ojos de Dios. Ahora bien ¿será esa una razón para estar orgullosos de ser pobres, de agradecer la condición a la divinidad?
Vengo de una familia profundamente católica, apostólica y romana; de pequeño mi madre bien me crió en la tradición católica, hasta me ofrecía para asistir a las celebraciones de diciembre con disfraces de los personajes bíblicos, con gusto escuchaba la misa obligada de los domingos y esperaba los regalos del niño Dios. Estuve en grupos religiosos como la Juventud Mariana y no comprendo por qué me salvé de ser un “acólito o monaguillo” (así le llamábamos a los niños que asisten a los sacerdotes en las liturgias). La cercanía con la Iglesia católica ha sido parte de mi vida y creo que de muchos latinoamericanos; esas experiencias hacen parte de nuestra vida cotidiana, influyen en nuestras decisiones y permanecen en el tiempo como enseñanzas de vida.
En la búsqueda esquiva de comprender el significado de la pobreza, comencé a preguntarme sobre las raíces de la pobreza y no pude evitar indagar sobre la iglesia. Eso pasó cuando me había declarado no practicante. Mi curiosidad con la religión se dio porque hace unos 10 años en una entrevista le pregunté a una mujer adulta ¿Usted se considera pobre? La respuesta fue: “yo soy pobre gracias a Dios”. Por muchas razones no comprendía el mensaje y, aún hoy, son vagas mis reflexiones ante la respuesta. La curiosidad por esta respuesta me llevó a leer sobre las raíces de la pobreza en la iglesia. Aquí les cuento algunas ideas que me llamaron la atención.
El pobre es un pilar fundamental de la tradición católica. Al menos en los tiempos de la edad media, entre la caída del imperio Romano y la llegada de la ilustración, la iglesia se construyó por el apoyo de los pobres bajo la esperanza de lograr la salvación del alma. Voy a ir a esas raíces medievales para identificar pistas para comprender esos discursos actuales de la pobreza. Diría que desde la Edad Media, aún no cambia esa visión, el pobre se ha visto como receptor de caridad y benevolencia, un juicio moral que implica un altruismo hacia lo humano por la condición material de existencia que exhibe el receptor de caridad; también, apelar al pobre contiene un carácter religioso que impulsa la preocupación por los otros. Los pobres merecen caridad y simpatía, por eso, al mencionar la palabra pobre se activa un impulso de preocupación que ha cultivado la religión. La tradición judeo cristiana clásica muestra la imagen del pobre como la forma o, por llamarlo más instrumental, la condición por la cual se obtiene la salvación a través de la caridad; no podemos olvidar que la palabra caridad se traduce al inglés como givingalms, en una traducción literal sería dando alma. En el contexto de la pobreza, sería dar alma al pobre para obtener la bendición de la salvación. Entonces, en la tradición bíblica, el pobre es el vehículo para la salvación, una condición de la cual depende el acceso al reino de los cielos. Además, es una virtud que precisa ser alabada y reproducida por la cercanía que tienen con la imagen de Jesucristo.
Trataré de explicar a qué me refiero con que el pobre es el vehículo para la salvación. Bajo el manto de la fe, ser pobre era un designio divino cargado de todo sentido para el orden medieval, en contraste con algo que se contrae en la vida terrenal. Ser pobre era el regalo divino que debía aceptarse, una virtud propiamente dicha para lograr la salvación, condenado todo aquel quien cambiase su condición; por tanto, podemos ser pobres y agradecer a Dios. El pobre como receptor de caridad le permitía al resto de la sociedad, no pobres (pauperes), tener en quién depositar la caridad, que sería el valor máximo por el cual se obtenía la bendición de la salvación. Entonces, el pobre nacía salvado y el “rico” o “no pobre” se salvaba con la caridad hacía el pobre; por tanto, sin pobres la promesa de la salvación era etérea.
Bajo este contexto, la perspectiva asistencial del pobre que inicia en la fe, se extendía por la Europa como forma de lograr la gracia de Dios. En Lucas 4,18 se entrega la misión de Jesús: “El espíritu de Dios está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón, a pregonar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos; a poner en libertad a los quebrantados,” y en Mateo 19:24: “Y otra vez os digo que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el reino de Dios”. Albergues, parroquias, hospitales, asilos y en todo lugar que habitará un menesteroso, era común la limosna para brindar servicios asistenciales a los pobres. El pobre como instrumento daba soporte a una de las características de la religión cristiana para garantizar su dominio: la incertidumbre de la salvación, las otras dos características son: la ansiedad que provoca el pecado y el miedo a la muerte. Al existir un pobre que depende de la caridad, la incertidumbre de la salvación se podía negociar.
La ayuda entregaba dignidad tanto al dador como al receptor, en consiguiente, se defendía como un acto correcto que requería de un merecedor de caridad, de un pobre que se dignificara con la caridad material y la riqueza espiritual. La caridad y, su expresión tangible de dar limosna (“almsgiving”), se implementa como ayuda asistencial que promovía la iglesia para salvar del pecado al paupérrimo. La caridad era una virtud, forma como se acercaban a los pobres quienes tenían posesiones, incluyendo la iglesia. Como el orden era espiritual, los mandatos eclesiásticos determinaban la forma de conducir el dinero para ganar indulgencias. La promesa de ser compensado en el cielo quienes compartan su herencia y su riqueza para apoyar las causas piadosas de la tierra (aquellas que honraban a Dios y su iglesia), so pena de no recibir la eucaristía y ser enterrado en suelo sin consagrar, eran exhortaciones que venían desde decretos papales de Gegorio IX. Como la Iglesia era representante de Dios en la tierra, estaba facultada para entregar salvoconductos de acuerdo a la caridad expresada, comprar su salvación con la excusa de dar alma a quien nació pobre, limosna para salvar al pecador. Pero, la condición de pobre es al mismo tiempo una iluminación divina que en ningún caso podía ser cambiada por el hombre, era necesario una intermediación de la Iglesia para hacer del pobre merecedor de ser salvado. Hereje todo aquel que mejora su condición material puesto que cambia los designios armónicos de Dios.
No se hizo esperar el enfrentamiento contra la incoherencia de la Iglesia, argumentando que amaban el pobre, pero viven como ricos. Al frente de la defensa de la riqueza de la iglesia, los Pontificios y Dominicos condenaban a los Fraticelli, sosteniendo que la iglesia como continuadora de la obra de Jesús en la tierra era la dueña y poseedora de todas las cosas, puesto que el dueño es el Creador, el Padre y, el papa es la figura que representa el bien en contra del mal, el poder espiritual por encima de todas las dimensiones de la vida. Entonces, la Iglesia debía administrar todas las posesiones. Esta tensión entre lo espiritual y lo material llevó a la fractura de la Iglesia y el surgimiento de varios movimientos religiosos que tienen raíces cristianas pero se distancian de sus posturas. Un debate que el mismo San Francisco de Asís promovería al considerar la pobreza “como un vivir a plenitud el evangelio” con designios como “la mayor riqueza es la pobreza”. La historia no termina aquí, se ha derramado mucha tinta sobre estos asuntos, la misma iglesia ha corregido y aclarado sus posturas, entre otras, en la llamada teología de la liberación que ha sido la gran influencia del Papa Francisco.
Ese debate de la pobreza evangélica, aquella que olvida la gratitud al creador, con la pobreza material, no se esconde a la población que escucha las posturas espirituales y, al mismo tiempo, se enfrenta a las necesidades para vivir una vida digna -la discusión sobre la dignidad merece otra reflexión-. En la vida cotidiana, la vida real y la espiritual son una sola, ideas en el mismo cerebro para tomar decisiones y nombrar, por ejemplo, lo que consideran como pobreza o no. Las formas de comprender la pobreza se entrecruzan y al final el concepto se desvanece. No podemos desprendernos de las raíces, somos producto de las narrativas y actuamos en consecuencia, por eso, si somos pobres gracias a Dios, será dicha creencia la que determina quién merece ser llamado pobre. Ahí se puede comprender un poco la consigna que con frecuencia se escucha: “es pobre de espíritu”. Pero el espíritu puede referirse a lo planteado desde lo evangélico y, al mismo tiempo hacer alusión al trabajo, el trabajo es otro gran tema para discutir las formas de comprender la pobreza, seguro lo conversaremos más adelante.
Excelente Reflexión Guber.
Muy buena reflexión.